Actualizado Lunes,
4
marzo
2024

10:06

La fría Pekín de principios de marzo está acostumbrada a convertirse en un fortín en estas fechas, más de lo habitual en la sobria capital de la segunda potencia mundial. Los accesos al corazón de la ciudad, a la Plaza de Tiananmen, están cerrados. Hay mucho más tráfico en las grandes avenidas por los cortes de varias calles secundarias que rodean a la Ciudad Prohibida. Los controles policiales dominan las esquinas de los dos primeros anillos de circunvalación.

Las autoridades mandaron un aviso a los móviles de todos los residentes advirtiendo que, del 1 al 12 de marzo, estaba prohibido cualquier vuelo a baja altura sobre la ciudad, en referencia a drones, globos aerostáticos u otros dirigibles. Se nota también una mayor presencia militar cerca de las estaciones de tren y de los sitios más turísticos.

Pekín siempre ha arrastrado un halo de ciudad firme y cerrada. Su historia, templos y callejones le dan un respiro de habitabilidad, pero ser el epicentro de las intrigas del poder pesa mucho dentro de una autocracia con tanta fuerza global. Por ello, cuando llega la gran cita política de China, el ambiente de la capital está mucho más agarrotado.

El Gran Palacio del Pueblo de Tiananmen abre esta semana sus puertas al cónclave anual del Parlamento chino, la Asamblea Popular Nacional (APN). Como aperitivo, este lunes arranca la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, el principal órgano asesor. El periodo que concentra ambas reuniones parlamentarias se conoce como las «dos sesiones» (o lianghui), el momento en el que los mandamases del gigante asiático revelan los planes para las próximas políticas económicas, militares, diplomáticas, comerciales o medioambientales.

De cara a la galería, se vende como la oportunidad que tienen los legisladores una vez al año para discutir abiertamente sus propuestas. Pero la realidad es que la toma de decisiones se concentra en manos de unos pocos dirigentes. El cometido de los más de 3.000 delegados que participan en la ANP es validar unas directrices ya decididas de antemano por el núcleo duro del poder.

En las reuniones importantes sólo están los 364 miembros del Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh), dirigidos por los 24 miembros del Politburó. El liderazgo se concentra aún más en siete hombres que representan el llamado Comité Permanente del Politburó, con el presidente Xi Jinping al frente, quien en la asamblea de 2023 consagró su tercer mandato y confirmó una esperada reorganización de su gabinete.

Siempre se sabe cuándo comienza la gran sesión legislativa de China, pero nunca cuando acaba. Se espera que sean alrededor de ocho días en los que se presentará toda la agenda política e ideológica del Gobierno de Xi en un momento donde la principal preocupación en Pekín son los fuertes vientos económicos en contra. La economía ya no crece tanto como antes, la población envejece y las tasas de natalidad caen en picado a mínimos históricos. Las eternas restricciones de la pandemia dejaron a los gobiernos locales más endeudados de lo que ya estaban. La crisis del ladrillo tampoco desaparece, con cada vez más titanes inmobiliarios en la cuerda floja de la liquidación.

Funcionarios de Pekín aseguran a este periódico que esta semana los líderes presentarán nuevos planes de medidas fiscales para apoyar a esa agitada coctelera de problemas económicos. El objetivo del crecimiento del PIB para este año, aseguran, se fiará lo más probable en torno al 5%, un porcentaje bastante más bajo que en los prósperos años de desarrollismo desenfrenado.

Otra esperada cifra que se presentará el martes en el arranque la asamblea será el nuevo presupuesto en Defensa, algo que siempre suscita mucha atención por las crecientes tensiones en el Mar de China Meridional y las recurrentes amenazas de invasión sobre la isla autogobernada de Taiwan.

Los terremotos geopolíticos globales también estarán muy presentes en las sesiones sobre diplomacia que dirige el canciller, Wang Yi. Las relaciones con Estados Unidos han mejorado. O al menos se ha apagado el peligroso ambiente extremadamente crispado entre las dos superpotencias que predominaba en el día a día de sus relaciones. Pero desde el Gobierno chino también han seguido fortaleciendo el eje Pekín-Moscú, haciendo caso omiso a las demandas de Ucrania, de la UE y de Washington para que Xi Jinping presione a su amigo Putin para detener la invasión.

Los ataques de Israel en Gaza también estarán presentes a medida que China endurece su retórica contra el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu. Hace unos días, el ministro de Exteriores israelí dijo que los comentarios de los representantes chinos en una audiencia de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), mostrando su respaldo a la autodeterminación palestina, podrían interpretarse como «un apoyo al ataque de Hamas contra Israel el 7 de octubre». Una afirmación que enfureció a Pekín, que reiteró a través de sus portavoces que todo lo que está pasando se debe a la «continua opresión del pueblo palestino por parte de Israel2.

Dentro de casa, se espera que la narrativa en el legislativo ponga el foco sobre todo en la seguridad como prioridad absoluta de China. Con tantas tormentas económicas, se ha convertido en algo habitual que la propaganda use como mantra el tema de la seguridad en el centro de sus panegíricos nacionalistas. Se han endurecido recientemente las leyes contra el espionaje y en la asamblea se expondrán las nuevas revisiones a la ley de secretos de Estado, que va a cubrir muchos más asuntos que hasta ahora, extendiendo el cerrojo que ya impera en el sistema chino de partido único.

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