Patio global

Actualizado Martes,
5
diciembre
2023

00:04

La navidad en Bruselas, con el mercado y la noria de fondo.
La navidad en Bruselas, con el mercado y la noria de fondo.AP

Quién. Los turistas españoles, en general muy habituales por las calles de las grandes ciudades belgas, se vuelven mayoría absoluta en el puente de diciembre.

Qué. Se ha vuelto una tradición, casi una peregrinación, por la belleza de cuento de Brujas, las decoraciones navideñas o los mercadillos de las grandes plazas, con vino caliente. Ni los precios disparados de los vuelos, que se han triplicado en dos años, parecen frenarlo.

Igual que los musulmanes tienen que ir una vez en la vida a La Meca, los españoles tienen que peregrinar al menos un puente a Bélgica. Las similitudes hablan por sí mismas. La Hajj, uno de los cinco pilares del Islam que guía a sus fieles, debe hacerse, en la medida de lo posible, preferiblemente en el último de los meses de su calendario, y específicamente entre los días 8 y 12. Al llegar a la ciudad sagrada, se hace el Tawaf, que consiste en dar siete vueltas a la Kaaba.

Los españoles tienen que ir, al menos una vez en la vida, a Bruselas, Brujas y Gante, por ese orden. Preferiblemente en el puente de diciembre, el último mes del calendario. Al llegar, despistados, lo habitual es dar por lo menos siete vueltas a la Grand Place en busca del Manneken Pis, pues esperando una estatua de verdad, algo memorable, son incapaces de encontrar esa cosa por la zona. Fíjense si lo tenemos tan grabado en el ADN (el duque de Alba estaría orgulloso) que en 2017, muchos miles de independentistas catalanes aprovecharon la libranza para venir de excursión a caminar a Bruselas en favor de Puigdemont.

Si en general hay muchos turistas en el centro de la capital belga paseando junto al agua o en el beguinaje de cuento de Brujas, en el puente de la Constitución se dispara la afluencia. Cinco de cada tres paseantes van hablando español, buscando restaurantes abiertos a las 15:00 ó a las 22:00 y haciendo comparaciones con la del Obradoiro, el Grano, la de España de Sevilla… La mayoría no pasa por Amberes, esa gran desconocida, o alguna de las pequeñas joyas, y suelen acabar decepcionados por Bruselas. Pero, en general, vuelven satisfechos. No se mueren de ganas de repetir.

Es perfectamente comprensible. Las noches belgas en diciembre (y es de noche desde poco después de la hora de comer española) son muy bonitas. Oscuras, frías, con algo de nieve si hay suerte y cae uno de esos raros Noël blanc. Con decoraciones, un urbanismo que despierta al Carlos V que todos llevamos dentro. Y mercadillos con sus puestos, norias y vino caliente. Placeres de Invierno se llama el de la capital, porque de Navidad ya no es aceptable.

Las fechas son además inmejorables. El día 5 o el 6 (dependiendo de si es Flandes o Valonia), llega a todas las casas San Nicolás (Sinterklaas, Sint-Nicolaas) justo a su inquietante compañero Père Fouettard / Zwarte Piet (cada año más polémico), que reparten a los niños mandarinas, chocolate y algún juguete. Y la gracia es que el santo, el equivalente en la zona de Santa Claus, vive en España con sus pajes, y hace una visita casi en peregrinaje.

Los turistas tampoco quieren perderse el resto de tradicionales locales, claro. Entre ellas mi favorita (sic) sin duda es el aguinaldo, algo pretérito pero que se ha modernizado. Por las casas pasan estas semanas los policías, bomberos, trabajadores de correos o basureros en busca de una propia. Como ya no te puedes fiar de nadie, unos días antes dejan en tu buzón un papel deseando felices fiestas en tres idiomas y con la foto de la cara de los trabajadores que se encaran habitualmente de tu calle. La genialidad es que como hay cinco o seis tipos de basura, y seis tipos de colores en las bolsas, pasan todos, uno detrás de otro. Nada más belga que pedir con villancicos y alegría, una propina en algunas de las calles más sucias y abandonadas del continente.

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