En la mañana del 24 de febrero de 2022, decenas de helicópteros rusos aterrizaron en el aeropuerto Antonov -Hostomel-, a las afueras de Kiev. El objetivo era crear un puente aéreo y un hub logístico para consumar la toma de la capital en apenas 72 horas tras el inicio de la invasión y los bombardeos. La victoria parecía segura, pero la resistencia ucraniana, preparada gracias a los avisos de la Inteligencia norteamericana, logró cercar al agresor, derribar algunos de sus transportes e impedir la llegada masiva de tropas, dando margen para reagruparse y coordinar la respuesta.

Rusia, con sus divisiones lanzadas desde Bielorrusia, estuvo a punto de consumar la pinza y asedió hasta abril, pero la batalla ha pasado a los libros como un éxito y ejemplo de preparación, coraje y perseverancia. La zona, controlada desde entonces, es uno de los símbolos de la guerra, junto a Irpín o Bucha.

Por eso Hostomel fue el logar escogido este sábado por el presidente Zelenski para conmemorar el segundo aniversario de una guerra enquistada. Ucrania recuerda y homenajea con tristeza, impotencia y mucha rabia a sus caídos, pero no lo hace sola. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, llegó este sábado a Kiev, su séptimo desplazamiento desde la invasión, no para tender, sino para seguir agarrando la mano de sus vecinos y, quizá, futuros socios comunitarios. La acompañaron el primer ministro belga, Alexander de Croo, cuyo país ostenta la presidencia temporal del Consejo de la UE; la italiana Giorgia Meloni, que tiene la presidencia del G7 ahora mismo y que, precisamente, capitaneó desde aquí una reunión por videoconferencia con los líderes mundiales; y también el canadiense Justin Trudeau, como símbolo del apoyo transatlántico.

Dos años de guerra, de dolor, de cientos de miles de víctimas, millones de desplazados e incontable destrucción. Dos años de horror, crímenes salvajes, barbarie en las zonas ocupadas y pérdidas incalculables. Dos años, también, de apoyo continuado, firme y hasta sorprendente a Ucrania, desde Norteamérica y desde Europa. Dos años de sanciones a Moscú, guerra económica, rivalidad en el tablero geopolítico y reconfiguración de alianzas. Dos años en los que Occidente no ha hecho seguramente todo lo que podía ni a la velocidad necesaria, y ha dudado, fallado en varias ocasiones, pero en los que fue más lejos de lo que nadie soñó, se rompieron todas las líneas rojas imaginables y se plantó cara al agresor como no se hizo en 2008 o 2014.

La situación en el frente es muy difícil, las dudas políticas aumentan e incluso la gran esperanza de Kiev, la apertura de las negociaciones de adhesión a la UE, se retrasa y complica. Es uno de los momentos más delicados, y los ministros de Exteriores y Defensa, de la UE pero también de la OTAN, no ocultan su preocupación. Rusia, que en 2022 parecía hundida, parece recuperar ímpetu, recibe apoyo de Corea del Norte, Irán o China y se rearma y reorganiza.

Apoyo internacional

De ahí la necesidad de la presencia de los líderes mundiales a las afueras de la capital, entre las tripas abiertas de los legendarios Antonov destruidos por la aviación rusa, orgullo nacional durante décadas. Entre los vehículos cisterna achicharrados que todavía rodean las pistas y los edificios medio derruidos con miles de impacto de bala en sus fachadas. La guerra empezó en el aire, la primera batalla fue por un aeródromo, y la guerra, hoy, se libra en buena medida entre drones y disparos lejanos. No por casualidad apenas unas horas antes los ucranianos celebraban el derribo de un A-50 ruso, uno de aviones espía rusos, sobre el mar de Azov

El Zelenski de este fin de semana es un hombre pausado, mucho más tranquilo que en cumbres anteriores. No tiene todo lo que quiere, no tiene todo lo que necesita, pero se deshizo en agradecimientos y halagos a sus vecinos y aliados. Los necesita más que nunca y no hubo insultos, ataques personales, desprecios ni chantajes morales.

La presencia de todos, acompañando a los soldados que protagonizaron la batalla y que recibieron algunas de las condecoraciones militares más altas en una sencilla ceremonia, en Hostonel por la mañana, en el Palacio presidencial de Mariyinski al mediodía, junto al resto del G7 por la tarde en una videoconferencia, era simbólica, sí, pero no solo eso. Los niños no comen de simbolismo, los salarios no se pagan con imágenes icónicas y las marchas de blindados no se paran con esperanza y tuits desde el sofá.

Canadá y Bélgica aprovecharon el desplazamiento para firmar acuerdos de cooperación militar de 10 años de duración, como van haciendo poco a poco todos los aliados. «La guerra no se puede ganar con símbolos, hacen falta hechos también», dijo la italiana Meloni, cargando contra los que, especialmente en su país, se enrolan en la bandera falsa de la paz. «Paz no puede ser rendición y jamás lo apoyaremos», prometió. Von der Leyer uso sus reuniones para hablar del marco negociador para la apertura de negociaciones de adhesión, que presentará en marzo con la aspiración de poder empezar en verano, más tarde de lo esperado. Pero también del fondo de 50.000 millones de euros de asistencia para los cuatro próximos años que los 27 aprobaron este mes y cuyo primer cheque se enviará también en apenas unas semanas.

Orgullo y dolor

El segundo aniversario, «de orgullo y de dolor», es como dijeron en los actos conmemorativos un verdadero cisne negro, un fenómeno imposible de anticipar que lo cambió todo. La guerra ha sacudido el tablero mundial de forma drástica, pero si hay algo predecible en el orden internacional es la agresividad imperialista rusa. El cisne fue la resistencia ucraniana, que no cayera en una semana como casi todo el mundo, y todos los líderes mundiales, pensaron hace ahora 104 semanas. «Destrozaron el Antonov, el avión más grande del mundo, pero no han destrozado vuestro sueño», dijo, optimista, Von der Leyen. Esta semana, hace dos años, empezó la invasión, pero esta misma semana, hace una década, los ucranianos ya morían por balas en el centro de la ciudad y se sacrificaban para recuperar su democracia en las calles.

La prisa está estos días en Europa para intentar aumentar la producción de armas y munición. Hay promesas pero no se lleva al terreno, no al nivel esperado o comprometido. Se aspira aun millón de drones y un millón de los proyectiles más usados por las defensas, pero para eso hay que escalar la producción y pasar de verdad a economías de fabricación de guerra. Preguntado al respecto, Zelenski fue claro. Sin histrionismo, exageraciones o demasiados lamentos. «¿Qué nos hace falta? Sobre todo, que la ayuda llegue a tiempo. Es difícil, lo entendemos, pero es vital. No acuso a nadie tampoco, pero necesitamos urgentemente defensas antiaéreas para defender nuestras ciudades. En lugares como Járkiv necesitamos armas de largo alcance, porque los rusos nos pueden golpear, pero nosotros no podemos devolver. Y necesitamos aislar del todo a Putin, que nadie se lucre con acuerdos por la espalda», afirmó durante la comparecencia final.

El Gobierno ucraniano, y su ejército, sacudidos por reemplazos, polémicas, campañas de desinformación, tensiones y celos, necesitan subir la moral, la de la tropa, la de la ciudadanía y la de los millones de europeos o norteamericanos que empatizan con la causa, pero se distraen con facilidad y desde la cómoda lejanía no perciben la urgencia, lo que está en juego. Las circunstancias no son propicias, pero si alguien domina el arte de la seducción, la motivación, la épica, es Zelenski. Y este sábado lo volvió a demostrar. Él, en medio de un gigantesca área desierta, solo entre sus soldados y las delegaciones internacionales. Él, solo con su móvil, grabó un vídeo de cinco minutos con una carga emocional extraordinaria. Hablando a sus compatriotas, uno a uno, para declararles su orgullo y admiración. Y mandando un recado a todo el que quisiera escuchar.

«Todos tenemos diferentes recuerdos sobre el inicio de la guerra, millones de historias sobre dónde estábamos, qué hacíamos y a quién llamamos el 24 de febrero, pero sólo habrá una historia cuando llegue a su final, una compartida por todos: la victoria. Aquí, mejor que en ningún otro lugar, se entiende. El metal no resistió», dijo frente a los aviones destruidos, «pero los ucranianos sí». No hacen falta profetas ni piruetas, afirmó, sino simplemente seguir la célebre máxima de Taras Shevchenko, el bardo y héroe de la independencia: «Sigue luchando y sin duda ganaremos. Pueden quemar los aviones, pero no nuestros sueños».

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